—Tú dirás, Axel.Rayo se removió un poco en aquel sofá de piel donde se había sentado. Mientras trataba de buscar las palabras adecuadas, echó un vistazo a los diplomas que adornaban la pared de la consulta del doctor Bautista, su psicólogo.Llevaba viendo a aquel hombre desde su rehabilitación tras el accidente. Gracias a él, no solo había recuperado algunos de sus recuerdos, sino que había aprendido a aceptarse, a lidiar con los problemas que implicaban esas nuevas y extraordinarias habilidades que poseía; efectos secundarios del procedimiento que el equipo que contrató su abuelo —médicos y expertos en el campo de la biotecnología— había usado para reconstruirlo por completo, arrancándole de las garras de la muerte.
En el último año, sus citas se habían vuelto menos frecuentes. Incluso había faltado a muchas de ellas, postergándolas con cualquier excusa. Pero, en aquella ocasión, después de los sucesos que le habían ocurrido la semana anterior, tuvo la necesidad de ir a verlo.
—La verdad es que no sé por dónde empezar, Doctor —contestó al fin.
—¿Qué tal si empiezas por lo que más te preocupa?
Rayo suspiró.
—¿Se acuerda de la mujer de la que le hablé la última vez?
—Ah, sí. La de la empresa que te estaba haciendo la competencia. La señorita «S» si no recuerdo mal, ¿verdad? —apuntó el psicólogo.
—Sí, esa misma.
—¿Sigue sacándote de quicio?
—Sacarme de quicio es poco, solo que ahora lo hace en un sentido diferente —contestó mientras se frotaba el puente de la nariz con el pulgar y el índice—. No entiendo lo que me ha pasado, Doctor. Yo detestaba a esa mujer, me repugnaba solo mirarla y ahora…
El psicólogo abrió más los ojos al tiempo que descruzaba sus piernas y se inclinaba hacia delante en el sillón para escuchar mejor a su paciente.
—Creo que la quiero.
—¿Me estás diciendo que te has enamorado de ella? —preguntó el hombre. Su expresión delataba que no esperaba tal confesión.
—No lo sé… —murmuró Rayo—. Es tan extraño.
—Bueno, realmente no lo es. —Bautista carraspeó y volvió a reclinarse en su asiento—. Se suele decir que del amor al odio hay un paso, y en ocasiones también puede ocurrir al revés. Los sentimientos tan intensos como el odio, el deseo, o el amor, son muy parecidos. En cierta forma todos tratan de lo mismo, de la obsesión por una persona.
—Pero, ¿y ahora qué hago? —preguntó Rayo mostrando su creciente desasosiego—. Yo no quiero sentir esto.
El psicólogo lo observó durante un segundo con cierta condescendencia en la mirada.
—Me temo que lo único que puedes hacer es poner tiempo y distancia por medio. Aléjate de esa mujer, ten paciencia, conoce a otras personas… —le sugirió—. Se te acabará pasando.
Sin embargo, a Rayo aquellos consejos se le antojaban inútiles y demasiado lentos. Apoyó la espalda y la cabeza en el respaldo del sofá, dejando que su vista vagara por el techo.
—¿Eso es todo lo que te preocupaba, Axel?
Entonces, cayendo en la cuenta, Rayo Negro volvió a incorporarse casi movido por un resorte. Por poco se olvida de lo más espeluznante de todo lo que le había pasado en los últimos días.
—No, hay otra cosa —comenzó a explicarle, procurando no desvelar nada de las actividades a las que se dedicaba en sus ratos libres, y lo que era más importante, sin parecer un demente—: La semana pasada me vi sometido a un gran estrés, además de esto que le he comentado, tuve un problema muy gordo en el trabajo, y… creo que sufrí una ausencia.
—¿Una ausencia? —Se mostró interesado el psicólogo—. ¿Te refieres a como una crisis epiléptica?
—No, no me caí al suelo temblando, ni nada de eso. Aunque no lo recuerdo bien, sé que durante un tiempo perdí la conciencia, seguía moviéndome y haciendo cosas, pero no era yo quien tenía el control, ¿entiende? —A medida que lo iba contando, se percató de que el asunto daba más miedo de lo que había pensado en un principio. Finalmente, añadió—: De lo único que estoy seguro es de que me volví bastante violento.
Bautista dejó su cuaderno de apuntes sobre la mesita que tenía a un lado y se colocó apoyando el mentón sobre sus manos entrelazadas. Permaneció unos segundos pensativo hasta que rompió el silencio que se había formado.
—Lo que relatas apunta a un trastorno epiléptico. Verás, la epilepsia no solo consiste en desmayarse y sufrir convulsiones. Hay muchos tipos de crisis, algunas provocan alteraciones de conciencia donde el sujeto sigue en pie y hasta puede moverse, hablar y realizar acciones sencillas, pero en realidad no es consciente de lo que está haciendo. Pasado un periodo corto de tiempo, la persona vuelve en sí, sin saber que acaba de sufrir una crisis.
—Pero, Doctor, yo no soy epiléptico.
—Tuviste un accidente grave, Axel. Sufriste daños en el cerebro, por muy buen trabajo que hicieran los médicos, es normal que queden secuelas —apuntó—. Pero no te preocupes, te recomendaré un buen neurólogo, y con medicación podrás hacer vida normal. Quizá nunca vuelvas a tener otra crisis.
—Si usted lo dice… —dijo poco convencido, preguntándose para qué seguía viendo y pagando a aquel hombre. Era verdad que sus consejos le habían ayudado en un principio, pero hacía mucho que sus problemas superaban su competencia. Las soluciones que el doctor Bautista le daba, puede que sirvieran para el resto de sus pacientes normales y corrientes, pero no funcionarían con él. Unas pastillas no contendrían a aquel ser que se había apropiado de su cuerpo en la sala submarina.
—Antes de irte, me gustaría intentar una nueva sesión de hipnosis, ¿qué opinas? —propuso el hombre.
—No sé, Doctor. Tengo algo de prisa —se excusó mirando el reloj de su muñeca—. Y ya sabe que en las últimas sesiones no logré recordar nada.
—Sí, lo sé, pero esta vez quisiera probar algo distinto. No trataré de ahondar en tu pasado antes del accidente, sino que intentaré averiguar si tienes algún recuerdo subconsciente de esa crisis de ausencia que me has comentado. Al ser un suceso reciente, y posterior a la lesión, creo que es probable que podamos sacar algo en claro.
Aquello le sonó convincente, e intrigado por saber más acerca de ese momento que permanecía nublado en su memoria, aceptó.
—De acuerdo.
—Túmbate, por favor.
Rayo Negro obedeció. Cerró los ojos y fue siguiendo con la imaginación las instrucciones que le iba dando el psicólogo. Poco a poco, fue quedándose sumamente relajado hasta que Bautista juzgó conveniente.
—Muy bien, ahora dime cómo te llamas.
—Rayo Negro.
—¿Ese es tu verdadero nombre?
—Sí.
Aquella respuesta era la prueba de que su paciente estaba totalmente hipnotizado y podía interrogarle sin tapujos. Se aproximó a su escritorio y pulsando un botón bajo el tablero, un panel en la pared más próxima al sofá se deslizó desvelando un compartimento oculto. Este contenía un par de monitores, un panel con un teclado de ordenador, y debajo varias filas de cajones. El equipo ya estaba encendido y listo cuando el panel se abrió.
De uno de los cajones, Bautista sacó una pistola inyector que utilizó sobre el cuello de su indefenso paciente. Después, con cuidado, le colocó en las sienes unos electrodos que había cogido de otro cajón. Y se sentó en un pequeño taburete junto a él.
—Rayo, quiero que me cuentes lo que sucedió en la sala submarina, ¿qué provocó la explosión? —le pidió mientras comprobaba, en una de las pantallas, que la sustancia que le había inyectado empezaba a hacer efecto en su actividad cerebral.
—Yo… No pude… —titubeó su paciente—. No pude detenerla. Ella me cambió, tomó el control…
—¿Summer?
—No, Summer no… Summer solo quería huir, pero ella… —Aún con los ojos cerrados, Rayo Negro fruncía el ceño en una expresión de disgusto.
—¿Quién, Rayo?
—No lo sé…
—Sí lo sabes. Vamos, piensa. ¿Quién es ella?
Su paciente se removió sin llegar a despertarse, debatiéndose en una pesadilla. Parecía resistirse a dar dicha respuesta, como si tuviera miedo a nombrarla, hasta que finalmente lo hizo.
—La oscuridad.
A Bautista aquella revelación no le decía demasiado. Preguntándose si su paciente sufriría desdoblamiento de personalidad, quiso probar una teoría.
—¿Y dónde está? Llámala, quiero hablar con ella.
Pero no obtuvo ninguna reacción, Rayo ni siquiera se movió. Por un segundo, desvió la vista al monitor para ver si había habido un cambio en sus ondas cerebrales, y cuando volvió a mirarlo se lo encontró sentado, perfectamente recto en el sofá, observándole con unos ojos que eran completamente negros, como dos enormes huecos.
La impresión hizo que diera un respingo hacia atrás, cayéndose del taburete. Desde el suelo contempló como su paciente se incorporaba, y su considerable estatura se le antojó, en ese instante, enorme como una montaña a punto de caerle encima.
La misma escena, solo que vista desde otra perspectiva, se repetía en ese momento en una de las muchas pantallas que había en aquella sala designada con el nombre de “departamento de observación”. Una pequeña división superviviente de lo que un día fue una empresa puntera llamada Kimantics.
De repente, la imagen se congeló, deteniéndose un segundo antes de que Rayo Negro agarrara por el cuello a su apreciado psicólogo.
—Le advierto que lo que viene no es muy agradable —comentó el hombre que había pausado la grabación de seguridad.
Absalom, molesto por aquella interrupción venida del que era su subordinado directo, dijo:
—No importa, Samuel, quiero verlo.
El hombre volvió a pulsar el botón de su panel, y el video continuó desvelando cómo el doctor Bautista moría atravesado por los afilados relámpagos de Rayo Negro. Después, este se quitó los electrodos y abandonó el despacho, saliendo del campo de visión de la cámara.
—Se despertó en la recepción de la consulta, desorientado y sin recuerdos del incidente. Tuvimos que decirle que era consecuencia de la hipnosis —le informó Samuel.
—Entonces, ¿en ningún momento era consciente de lo que estaba haciendo?
—No. Al menos eso es lo que muestra el electroencefalograma.
—Quiero que esto se siga investigando —pidió Absalom—. Si ha sido un episodio aislado, o si resulta que va a más. Aumenten la vigilancia sobre Rayo Negro.
—De acuerdo.
—Señor Absalom —lo llamó una mujer, la única entre los tres empleados de aquel departamento. Normalmente, una sola persona se bastaba para vigilar los escasos cambios que se detectaban en aquella sala. Pero, desde que días atrás se produjo el suceso, habían aumentado el personal a dos supervisores—, capto una nueva oscilación en el campo electromagnético.
Absalom se acercó a ella y comprobó lo que esta veía en su pantalla.
—Según mis cálculos, habrá hasta tres terremotos más antes de que el núcleo vuelva a la normalidad —le dijo la mujer.
—Es increíble. Y esto solo con una sinergia del setenta y tres por ciento, a kilómetros de distancia del núcleo —comentó Absalom al tiempo que señalaba a la pantalla—. Por fin estamos avanzando, Samuel.
—Sí, señor —contestó este correspondiendo a su sonrisa—. Pero ¿qué hacemos con Rayo Negro? Bautista no pudo terminar la sesión de adoctrinamiento, y ya ha visto que sus sentimientos por ella han cambiado.
—No importa. Hemos intentado enfrentarles durante más de un año sin conseguir nada, y justo después de ese cambio pasa todo esto —dijo Absalom sin quitar los ojos de la gráfica que se mostraba en la pantalla y que tanta esperanza le transmitía—. No puede ser casualidad.
—¿Entonces…? —preguntó Samuel pues no estaba seguro de qué se suponía debían hacer.
—Dejemos que la naturaleza siga su curso.
Espero que os haya gustado el final. Madre mía, ya te digo que si lo espero ;_;
Pero si hay algo que aún me haría más ilusión, como autora y madre de estos nenecitos, es que os hayáis quedado con ganas de leer más sobre ellos.
En fin, mañana subiré el post con todo el capi unido y en los formatos para descarga. Y ya os contaré un poco mejor lo de la pausa vacacional y las cosillas que os esperan en septiembre. Ahora, os dejo con ese final. Sugiero que lo mastiquéis bien, pues no habrá más droja en unos cuantos meses. ;P
Y me voy a contestar vuestros comentarios que con esto de ir preparando los posts, no he podido ^^U